miércoles, 7 de enero de 2009

En la ciudad dormida


Los minutos y las horas se deslizaron como un espejismo. Horas más tarde, atrapada en el relato, apenas advertí las campanadas de medianoche en la catedral repiqueteando a lo lejos.
Página a página, me dejé envolver por el sortilegio de la historia y su mundo hasta que el aliento del amanecer acarició mi ventana y mis ojos cansados se deslizaron por la última página. Me tendí en la penumbra azulada del alba con el libro sobre el pecho y escuché el rumor de la ciudad dormida goteando sobre los tejados salpicados de púrpura.

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